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La guerra tecnológica entre China y EEUU sacude al mercado

El pulso económico entre las dos mayores potencias mundiales ha derivado en una gran sacudida en el negocio tecnológico global. Estados Unidos ha incluido al gigante chino de teléfonos y tabletas Huawei, que considera un peligro para la seguridad nacional, en una lista negra que, en la práctica, impide a las firmas estadounidenses venderle componentes o software. La primera gran consecuencia ha llegado con ruptura del negocio con grupos como Google o Qualcomm, lo que deja a millones de consumidores inquietos. Cuando dos elefantes se pelean, sufre la hierba que hay debajo.

Nada como Huawei encarna el desafío de China a las potencias económicas occidentales, por el voraz crecimiento que esta compañía representa y también por todos sus claroscuros. Fundada hace 30 años, la firma se ha convertido en el primer fabricante de productos tecnológicos del mundo y en el segundo mayor vendedor de teléfonos móviles.

El veto de Google a Huawei, sonado porque deja a los dispositivos del fabricante asiático sin actualizaciones de servicios tan importantes como los de Android o Gmail.Y se han sumado otras firmas como Qualcomm, Infineon o Intel. Washington acusa a la empresa de robar tecnología, de incumplir el régimen de sanciones con Irán y, muy especialmente, de mantener unos lazos con el Gobierno chino que la convierten en un peligro para su seguridad nacional.

Finalmente, ayer por la noche, la Administración de Donald Trump anunció una tregua de tres meses. El Departamento de Comercio de EE UU aprobó una licencia temporal para el fabricante chino hasta el 19 de agosto para que pueda mantener las redes y proporcionar actualizaciones de software a los terminales existentes.

La nueva estrategia de Washington respecto de China, sin embargo, es probable que haya llegado demasiado tarde. Entre otras cosas, porque el grado de interrelación entre ambos países es ya tan intenso que cualquier acción unilateral daña a las dos partes del conflicto.

De hecho, como han recordado algunos analistas, la emergente clase media china es un mercado enorme para compañías como Boeing, Apple o Nike. No en vano, las dos economías más grandes del mundo son, además, sus respectivos socios comerciales más importantes. El intercambio comercial ascendió a nada menos que 700.000 millones de dólares en 2018, mientras que China es el principal acreedor extranjero de bonos del Tesoro de EEUU: 1,1 billones de dólares.

En paralelo, Trump y Xi tratan de llegar a un acuerdo que ponga fin a la guerra arancelaria en la que llevan sumergidos desde el año pasado. Esas conversaciones influirán en el conflicto entre Huawei y Estados Unidos. El pasado junio, el Departamento de Comercio estadounidense ya llegó a un acuerdo con el fabricante chino de móviles ZTE, que había tenido que cesar sus operaciones al perder su principal mercado.

La relativa moderación ha sido, hasta ahora, la tónica de las respuestas de Pekín. Quizá por no empeorar la situación, quizá por ganar tiempo mientras estudia alternativas. O quizá porque, como han dibujado sus medios de comunicación estatales, su estrategia es presentarse como un Gobierno poco deseoso de tomar medidas drásticas, pero que no esquivará adoptarlas si lo ve necesario, y que está dispuesto a un enfrentamiento de largo plazo.